Ley II - Para Dios que es Espíritu, nuestros pensamientos son actos
- Eleazar Arredondo Bravo
- 8 jul 2015
- 4 Min. de lectura

Nuestra experiencia actual con la ley civil o penal no nos ayuda mucho para comprender la ley de Dios. Todos nosotros sabemos que no podemos ser castigados o culpados por algún delito u homicidio si no se prueba realmente mi culpabilidad o autoría de tal hecho. Y sabemos que somos inocentes de cualquier acusación hasta que no se pruebe lo contrario. Cuando llegamos a un semáforo en rojo, de inmediato sabemos que si seguimos avanzando podríamos ser culpables de una infracción de tránsito, o cuando estamos en una tienda y quisiéramos llevarnos al hogar el última artefacto de lujo, sabemos que si lo llevamos sin pagar somos culpables de un delito, o cuando estamos en conflicto ante otra persona, sabemos que por más deseo de hacerlo desaparecer, no podemos, porque seríamos culpables de un crimen. Y finalmente, todo el temor y el miedo solo aparecen cuando pensamos en las consecuencias de llevar a cabo el plan deseado. Y este retrocedo o arrepentimiento se produce porque la consecuencia que conlleva tal acto, claramente nos produce mayor insatisfacción que no hacer lo que deseamos.
Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Romanos 7.14.
Cuando pensamos en la Ley Moral de Dios (10 mandamientos), debemos darnos cuenta de algo importante. Para Dios que es Espíritu, nuestros pensamientos son actos.[1] Los fariseos de la época de Jesús claramente no comprendían bien la Ley Moral de Dios, y caían en ciertos errores muy comunes también para nosotros: El hecho de pensar en que la obediencia de la Ley Moral solo tiene que ver con actos exteriores. Sin embargo, Jesús les enseña algo que estaba en la Ley pero que ellos habían pasado por alto: Para Dios que es Espíritu, nuestros pensamientos son actos.
Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Mateo 5.27-28.
Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre. Mateo 15.19-20.
Entonces los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos, se juntaron a una. Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. Mateo 22.34-40.
Jesús nos enseña algo clave, el origen del pecado se encuentra en el corazón y la mente del hombre. Ahí se produce o fabrica[2] el pecado, y que posteriormente la voluntad lo traduce como actos evidentes a los ojos de todos. ¿Ha notado que comúnmente damos mayor valor pecaminoso a los actos exteriores y visibles de la voluntad que a los interiores e invisibles del corazón y la mente? ¿Se fija que cometemos el mismo error de los fariseos creyendo que el moralista y el religioso están más cerca de Dios que el publicano y la prostituta? Y Jesús nos vuelve a insistir en algo clave: ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre? Dijeron ellos: El primero. Jesús les dijo: De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios. Mateo 21.31.
¿Por qué sucede esto? Porque Jesús entiende que el origen del pecado está en el corazón y en la mente del hombre. Como Él es Espíritu, discierne hasta lo más profundo del hombre, por ende, no es semejante a un juez terreno, donde los actos son los que valen, sino más bien es un Juez divino que no necesita esperar ver actos, sino que... discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta. Hebreos 4.12-13.
Por lo tanto, la ley moral de Dios, no sólo tiene que ver con moldear nuestros actos, sino nuestros deseos y pensamientos más íntimos. Dios desea que tengamos una vida en abundancia, sacando de nuestras vidas, no sólo malas costumbres, sino también el orgullo, las vanidades, el deseo de superioridad, la arrogancia, la discriminación, el deseo de poder, todo tipo de narcisismo, egocentrismo, fama, el no amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestros prójimos como a nosotros mismos. Porque ara Dios que es Espíritu, nuestros pensamientos son actos.
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[1] Calvino, Juan. Institución de la Religión Cristiana, Felire, España, 2006, II,VIII, 6.
[2] Juan Calvino llegó a decir que “el hombre no es otra cosa que un perpetuo taller para fabricar ídolos. Institución a la Religión Cristiana, I, XI, 8.
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