Ley IV - La ley moral revela la voluntad de Dios a los creyentes.
- Eleazar Arredondo Bravo
- 2 sept 2015
- 2 Min. de lectura

¿Qué habría menos amable que la Ley si sólo nos exigiera el cumplimiento del deber sólo con amenzas, llenando nuestras almas de temor? Juan Calvino.
En esta cuarta edición devocional de nuestra serie Ley, queremos exponer una verdad maravillosa para todo creyente, esto es, que la Ley moral nos revela la voluntad de Dios. La Ley en este sentido no sólo se encarga de mostrarnos un deber y corregirnos al mismo tiempo, sino también de enseñarnos el carácter y la voluntad de Dios, lo cual será su verdadero propósito. Mientras escribo estas palabras me acuerdo de una idea pedagógica, y es que cuando mejor aprehendemos (internalizamos una enseñanza) es cuando la vemos hecha una realidad en alguien, o sea por el ejemplo, por testimonio. Y pareciera ser que esto toma mucho más valor cuando la vemos en la dinámica de enseñanza de Dios con el hombre. La Ley de Dios no sólo nos manda una conducta correcta, sino también nos enseña al Padre, nos muestra su carácter y nos da su ejemplo. Tanto más conozcamos, nos acerquemos y atendamos a la Ley moral de Dios, cuanto más conoceremos, nos acercaremos y atenderemos nuestra relación con el Padre.
Esto no podemos confundirlos con la dinámica de salvación por obras, en desmedro de la justicia por la sola fe, sino que debemos entender que el acercamiento y el deleite a la Ley de Dios sólo es posible por la guía de su Sano Espíritu que ya ha hecho obra en los corazones redimidos por Cristo, y en ningún caso cumplir o acercarse a la Ley moral puede ser tomado como obras de un no creyente para acercarse a Dios.
Esta enseñanza acerca de la perfección de la Ley de Dios y su propósito en nosotros, se ve reflejada en la forma en cómo el Rey David entendía la Ley de Dios.
La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón;
El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. Sal 19.7–8.
Abre mis ojos, y miraré
Las maravillas de tu ley. , Sal 119.18.
Mejor me es la ley de tu boca
Que millares de oro y plata. Sal 119.72.
¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación. Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos,
Porque siempre están conmigo. Sal 119.97–98.
Acompáñeme en esta oración: Te damos gracias Señor por hacernos parte de tu herencia en Jesucristo nuestro Señor y Rey. Que por medio de sus méritos, y no nuestras pobres justicias podemos tener comunión con usted. Gracias por tu Ley, por tus estatutos, que son delicias para nuestra alma, y luz para nuestro camino, haznos sabios para obedecerla y abundar en temor y anhelo por tu Gloria. Te damos las gracias, por los méritos de Jesucristo Tu Hijo, Nuestro Señor. Amén.
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